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sábado, 18 de julio de 2015

Eres, entonces, la espalda del mundo



El que mi rostro se zozobre con el movimiento de tus pupilas
No te da derecho a desplegar la hiel de tus dedos en otros tejidos,
Que no son los míos.
En otras hiervas,
Que no son mis tierras.
¿Eres acaso lugar común,
 Trinchera de cualquiera?
¿Eres entonces la espalda de mundo?

Ven a ensordecer el amanecer de la miseria;
Piedra, realidad abismal,
Obstrucción del vino,
Estado infértil de mi lengua,
Témpano subjetivo.
Ensordécela con tu presencia,
Dilúyela en tus latidos,
Que son los míos,
¡Que son los míos!.

Maldigo la existencia implacable,
La historia lacerante,
El orden de los brazos.
Te maldigo a ti,
Te maldigo en tanto
Te me presentabas
Como todo eso y más,
Como dócil anti-competencia
Que representaba el ideal futuro que en mi pecho palpitaba.

Ya no eres la brasa infraestructural de mi vida,
Ya no eres la faz que calmaba la flagelante crónica
Que la materia en mi alma curtía.
Ya no duermes en mi pecho,
Pues ahora eres del resto.

Eres, entonces, la espalda de mundo.

Cuando tu Silencio




En el ocaso de tu silencio
me encontré,
en el instante apunto
de que tus labios estallen,
y antes que tus palabras tristes
inundaran mi alma.
Quise detener el tiempo,
como lo quise hacer en toda ocasión
que estaba mi cuerpo
posado sobre el tuyo,
pero esta vez no es
sino para no sufrir.
Si darse un tiempo
significa reinventar mi hacer,
mi devenir;
despojar de mi vida
todo aquello que quise
sintieras muy junto a mí,
no lo quiero oír.
Y continuaré ávido de desdén,
hasta que desaparezcan mis calcinados latidos
porque no oiré aquello
que justo después de este momento álgido,
y que al instante derrumbará mi vida.
Pues no me castigues, y sigue callado.
Podría acabarse el mundo entero,
podría el mar devorarnos,
y tú seguirías así:
flemático y callado.
Sigue así, coral,
Pues así dura un poco más mi felicidad.